26 marzo 2006

Requiem

Es curioso el impacto que tiene la muerte en la gente, cuando llega, cuando se espera, cuando se intuye, o simplemente cuando se piensa en ella.

Yo he sido una persona que he tenido bastante suerte con la muerte, que me ha tratado muy bien y no se había llevado a nadie cercano hasta hoy. En las últimos años, semanas o días (cada uno en su grado) dos miembros de mi familia han ido viendo como se acerca la muerte y es curioso como cada uno lo afronta de una manera. Los dos miembros son mi abuela y mi gata (sí, mi gata lleva 14 años y pico viviendo con nosotros y es tan miembro de la familia como cualquier otro), en definitiva, una persona humana y un miembro del reino animal.

De las dos, sin duda con la que más trato he tenido ha sido con mi gata, a la que he cuidado, acariciado, la he visto sufrir y tener mil y un gatitos, todos preciosos y juguetones, la he visto cazar ratones más y menos grandes y hasta la he visto pasarse horas vigilando un túnel de las praderas suizas a la espera de que saliera el topo para cazarlo.

De mi abuela, como es lógico, tengo un recuerdo menos activo, reuniones familiares en la casa de Jaén o en las viñas de Andújar, los inolvidables días en Perpignan e incluso la energía con la que invitaba a helados a Yacopo en La Venta...

Hasta aquí lo recuerdos sin muerte a la vista, sin su fría amenaza en la nuca. Cuando la muerte se acercó todo cambió, a mi abuela le detectaron un cáncer que (hasta hoy) estuvo cuatro años en cama, con buenas épocas físicamente y anímicamente y viceversa... pero los últimos meses su situación se precipitó, las cantidades que le suministraban de morfina era cada vez mayores y empezó a tener alucinaciones, a viajar, a sospechar de la mujer que le cuidaba (un ángel de persona, por cierto) y a gritarle y a mentir para conseguir que sus hijos (entre los que se incluye mi madre, logicamente) la visitasen para entonces quejarse de todo. Vivía en un continuo carrusel de altibajos y se aferró a la vida como pudo, y sobre todo, se aferró a su casa, temiendo la muerte, temiendo morir sola y en su sitio que no conocía (entiendase residencia). Hoy, murió, plácidamente, durmiendo, sin sufrir, como todo el mundo desearía morir... después de unos agónicos últimos días, y murió como quiso, en su casa, y con un entierro con bastante gente que será mañana.

En la otra cara de la moneda esta mi gata, Flor, que a sus 14 años de vida es ya toda una anciana, vivía en casa con una de sus cientos de crias, la cual ya es una gata adulta que acaba de tener dos gatitos preciosos... pero a Flor le pesan los años y no tiene energías para aguantar a dos nietecitos o sencillamente, no quiere morir en una casa. Flor, que siempre ha sido una gata bien fornida, de un tiempo a esta parte ha dejado casi de comer, esta delgada, en los huesos y tiene una infección (o lo que sea) en la mejilla derecha que es tan grande como media cabeza, le cuesta caminar y casi no puede ni levantar la cabeza, sin ambargo, este fin de semana no estaba en casa, y tan solo la vi una vez, por la calle, arrastrándose y comiendo sobras, durmiendo al Sol, muriéndose, pero libre. Mi querida Flor no quería morir encerrada entre cuatro paredes, no quería morir con nadie más, no quería que nadie se apiadara de ella, quería morir libre. Cuando la dejé ahí, la perdí de vista con la sensación de que no la volveré a ver, y no sabré cuando murió, ni donde, (incluso puede que la vuelva a ver, todavía más esquelética, pero siempre independiente), pero morirá libre, sola, pero muy acompañada. Es una nobleza que sólo los animales tienen.

Y no me cabe ninguna duda, de que cualquiera de nosotros actuaremos como lo ha hecho mi abuela, que fue una persona de un carácter muy fuerte y una gran fortaleza, y que cuando estuvo lúcida, fue una gran persona, pero una vez la muerte nos acecha, todos (o casi) tendremos miedo, ¿por qué? No lo sé. Tal vez algún día tengamos la nobleza de los animales.