21 febrero 2010

Japón (VII): El Japón natural

Todavía en España, hará ya cosa de un año, recuerdo que María me comentó que su profesor de japonés decía que en Japón había una vegetación espectacular, y que era una parte muy poco conocida del país. Efectivamente yo apenas había oído hablar de la naturaleza japonesa (salvo del monte Fuji y los cerezos en flor, claro), pero se me abrió de pronto cierta necesidad de conocer esa naturaleza (las búsquedas de google saben a poco) y se lo dije a María, sólo había dos cosas que quería hacer fijo en Japón, ver su naturaleza e ir a Kyoto y Nara. Sobre el resto prefería disfrutar sobre lo que tuviese que enseñarme.

Lo primero pude cumplirlo el día 3 de enero. Tras haber pasado el resfriado (dando los último coletazos) y haber vivido la celebración del nuevo año en forma de feria teníamos planeado ir con Lawrence a un onsen, esto es, un balneario natural. Lawrence se dedica entre otras cosas a organizar viajes de este tipo y por supuesto a nosotros nos lo ofreció enseguida y aceptamos encantados. Fueron casi 6 horas en coche (nos desviamos un poco) hasta que llegamos por la noche y dormimos en un hotel del pueblo antes de despertarnos pronto para ir al lugar.

Nevaba. Hacía mucho frío. Era perfecto.





Al parecer la mayoría de los onsen son de pago, pero este era completamente gratuito, ya que suponía un reclamo turístico que reportaba beneficios al pueblo de manera indirecta. Y bien que lo aprovechamos. Además, era completamente natural, al lado del río.



Había tres "piscinas" distintas. En la de la izquierda y más grande el agua estaba templada, en la que está detrás de la caseta estaba caliente y la que yo tapo MUY caliente. Había que meterse completamente desnudo, claro, usar bañador esta prohibido o al menos muy muy mal visto. En el caso de las mujeres se permitía llevar una especie de pareo, una buena idea sin duda ya que los hombres japoneses están muy salidos, de hecho se asomaron unos cuantos a "cotillear" mientras estuvimos. De todas maneras la incomodidad de ésto versa mucho en como te lo tomes, personalmente me importaba un pimiento, así que lo único duro era trasladarse desde los vestuarios a la "bañera" en pelota picada (y luego ir de una a otra). Además, no podías correr ya que las piedras estaban mojadas y la hostia podía ser histórica.

Eso sí, una vez dentro, ¡qué paz! Estar metido en agua caliente mientras te caen copos de nieve en la cara es una sensación difícil de describir. Además rodeados de dos imponentes montañas. Impresionante.



Estuvimos unas 3 horas alternando temperaturas, incluso en su momento Lawrence y yo nos metimos en el río (que estaba al lado) justo después de salir del agua hirviendo. María todavía ser ríe de mi afeminamiento momentáneo al entrar.

Mientras tanto comíamos y bebíamos en el agua. Hubo un momento incómodo en que un viejo nos llamó la atención y nos dijo que no podíamos comer ahí. Aunque María y yo paramos, Lawrence no hizo ni caso. Luego nos explicó que no era la primera vez que le pasaba y que era algo que sólo le decían a los extranjeros, ya que entre japoneses nunca se llamaban la atención, y que de hecho, lo hacían porque les encanta hablar en inglés y sentirse cultos. No sé cuanto de verdad habrá en esto, pero sí es cierto que no fuimos los únicos que comimos y bebimos. Y por supuesto lo hacíamos con cierta limpieza.

Al salir del onsen Lawrence nos llevó a unas cascadas y así saciar mis ganas de ver arbolitos y agua. Efectivamente, Japón es precioso.





Y al final del camino, antes de llegar a la cascada, nos encontramos con que habíamos llegado justo a la hora de comer de los monos. Por lo que nos encontramos rodeados por unos 35 monos, que no tenían mucho reparo en acercarse. Incluso hubo uno que nos utilizaba como escudo protector mientras se peleaba con otro (se escondía detrás de nosotros). Acojonaba.





Al final acabamos viendo la cascada desde arriba. Para ello tuvimos que transitar las carreteras de montaña de Japón, que son RIDÍCULAMENTE PEQUEÑAS. Sólo cabía un coche y de los japoneses (un mercedes se saldría por el lado). ¿Qué pasa cuando dos coches se cruzan? Os preguntaréis, como lo hice yo. Pues simplemente uno de ellos retrocede hasta que encuentra un punto donde quepan dos coches (había varios repartidos cada cierto tiempo). En cuanto a economizar espacio nadie les gana.

Éste fue tal vez el día que más disfruté de todos los que pasé en Japón, y sin duda uno que nunca podré olvidar.

Espero acabar el resto de la historia japonesa esta semana. Por cierto, si alguien quiere más fotos o videos, que me lo haga saber.

10 febrero 2010

Japón (VI): Konnichiwa 2010

Los exámenes me tienen asfixiado así que me está costando actualizar esto. Hoy va una con fotos.

En Japón la navidad es parcialmente distinta a España. Las calles no se llenan de luces ridículas con campanas y derivados, y sobre todo no se celebra el fin de año de la misma manera. Yo quería celebrar el fin de año a la española, tomándome unas uvas y empezando el año atragantado, como dios manda.

Con los últimos retazos del resfriado el día 31 nos fuimos a Osaka, quedamos con una amiga de Maria y probé el okonomiyaki (ya hablaré de la comida, que merece capitulo aparte). María aprovechó para enseñarme un poco su Osaka, los lugares por los que suele pasar, donde suele quedar, la macrotienda de Don Quijote (una cadena de supermercados que tienen de todo, y sí, se llaman así), el chino que corre (bautizado por mi, foto abajo), y Dotombori en general. Osaka es una ciudad agradable a pesar del frío. Si bien resulta agobiante en determinados momentos (mucho japonés en Japón) en general es fácil y agradable perderse en sus calles. En uno de estos paseos aleatorios descubrimos un pequeño callejón oscuro estrechísimo en el cual había multitud de restaurantes. Teníamos la sensación de haber retrocedido unos siglos.




Con el despiste nos dieron las 12 (casi literalmente) y nos encontramos sin uvas y cogiendo el último tren de vuelta a Habikino. En el camino entre la estación de trenes y la casa paramos por con Conbi-ní (explicación abajo del todo) y nos compramos dos trozos de tarta para al menos empezar el año con algún tipo de distinción. Llegamos a casa a las 12 menos 5. Encendemos la tele y hay una japonesa cantando con un larguísimo vestido blanco. A falta de 30 segundos para el año nuevo se enciende un reloj de cuenta atrás en la parte inferior de la pantalla, pero la japonesa, ella, sigue cantando. La cuenta atrás llega a su final y la cantante extiende su vestido (que tiene unas mangas que llegan hasta el suelo) y al llegar a cero proyectan sobre el vestido "Feliz 2010" (en japonés, claro). Bonita manera de empezar el año. Aunque uno echa de menos a Ramón García y su cara de vampiro, o en su defecto Las noticias del guiñol.

Feliz 2010. El año comienza, en Japón. Sin uvas. Con tarta. Estamos juntos. Es un buen comienzo de año.

El día 1 la gripe vuelve da sus últimos bandazos y decidimos quedarnos en casa.

Pero tanto yo como María queremos vivir el año nuevo en Japón como japoneses. Así que el día 2 nos acercamos a un templo en las afueras de Osaka. Los japoneses para el año nuevo se acercan todos al templo. Es su manera de celebrarlo. Al llegar allí el templo está absolutamente abarrotado. Entramos y cruzamos un puente.



En el templo, hay de todo. De todas las edades y estilos. Hay algunas personas con su kimono como por ejemplo esta niña monísima.


¿No es para comérsela?

Un poco más adelante, en uno de los edificios del templo hay una especie de redes en las cuales tiran monedas y rezan.



Finalmente, hay una especie de palets con cuerdas colgadas a las cuales hay atados miles de papelitos. Los vendían en el templo. En ellos cada uno escribía sus deseos para año nuevo, los doblaba y ataba a la cuerda, para que así se cumplan.


En el resto del templo (los templos en japón más que un edificio son un espacio) hay una especie de feria. Hay puestos de comida, de juegos, de peluches. De todo. Por supuesto, había un kebab. Japón no se libra de los kebab. La prueba:


Desde luego ellos no empiezan el año con intoxicaciones etílicas. Lo empiezan yéndose de feria. Envidia deberíamos tenerles.

Como las imágenes a veces no pueden decir todo, intenté grabar un video para que se viese como suena Japón. El resultado no es el mejor del mundo, pero aquí está:


Edición numero uno: Edito porque mi madre hábilmente me ha recordado que no expliqué las cosas que prometí explicar. Aquí van.

El chino que corre. En realidad yo sólo aporté una variante de El tio que corre, que es como le llaman los españoles allí. Es el mayor símbolo de Osaka (menuda mierda, pensaréis, pues vale, pero es un símbolo, y oye, bastantes cosas bonitas tiene la ciudad). La historia de porqué es tan importante no me la sé, la verdad.

Combi-ni. Esto me pareció fascinante, son un tipo de supermercados que estan abiertos las 24 horas del día los 365 días del año. No cierran jamás de los jamases y hay unos muchísimos, de muchos tipos. Curiosamente, uno de los empleados del Lawson (uno de los Combi-ní) en el que compramos a fin de año me recordaba muchíiiiisimo al empleado de la frutería de Ámelie, por su forma de tratar los productos y dártelos. Una cosa curiosa que te encuentras en la otra parte del mundo. El pobre hombre se pasaba allí media vida.