24 marzo 2010

Japon (IX): Kyoto

Después de Nara, Kyoto. Estábamos on fire.

Como era de esperar, nos despertamos más tarde de lo planeado, por lo que no fuimos con mucho tiempo de sobra. Yo tampoco quería ver muchos templos (en Kyoto hay cosa de 14 o 15 importantes), sino más bien ver un poco de que iba la ciudad, que según decían era muy distinta a Osaka y, por supuesto, a Nara.

Aún así, nada más llegar fuimos raudos y veloces (esto último tómese con poca literalidad) a ver el templo Kiyomizu-dera. El templo se pone precioso en primavera y en otoño, por aquello de los árboles en flor. En invierno estaban más bien deprimidos, aún así, el templo es precioso y muy grande. Muestras:







Creo que no está de más decir que los templos no son un sólo edificio, sino varios, cada uno con su significado y la mayoría sirven para rezar pidiendo distintas cosas. Es como un sistema de ventanillas de cualquier secretaría "no no, para pedir felicidad eterna es ese edificio de allí, aquí sólo se pueden pedir aumentos de sueldo".

Y sí, estuve allí, no he sacado las fotos de google.




Nótese la apariencia de adonis de metro noventa de la segunda foto. El entorno ayuda, debo reconocer.

Lo más bonito y frecuentado del templo eran una especie de balcones desde los cuales se veía la ciudad y bañados por un mar de ¿cerezos? (en aquellos momentos estaban más secos que la mojama).



Una costumbre curiosa (para que nadie se acueste sin saber algo nuevo) es el lavado de manos, no recuerdo por qué lo hacían (como guía turístico no tengo precio), pero lo cierto es todos seguían el ritual, cogían el agua de la boca del dragón con un cazo, y se lavaban las manos.



Tras este templo nos fuimos a comer (ya tarde tarde) y cogimos corriendo un autobús para ver el bosque de bambú (que curioooooosamente estaba en la otra punta de la ciudad). Tras enfrentarnos al abusivo precio del autobús llegamos con la gran fortuna de que empezaba a anochecer, y las cosas como son, el bambú a oscuras luce menos. Pero no sólo eso, sino que para llegar al susodicho había que atravesar un parque en el cual las indicaciones estaban fatal (o eso decía María, yo, como ustedes comprenderán no estoy en posición de opinar). Aparte de la mala señalización a la misión se le sumó una seria complicación, en Japón parecen desconocer el significado del concepto "farola" y antes de darnos cuenta nos encontramos completamente a oscuras en una carretera que no sabemos a donde lleva, pero que desde luego no parece muy preparada para el tránsito turístico. Decidimos que más vale una retirada a tiempo y volvemos para Osaka destrozados, por que vale, apenas vimos nada, pero caminar caminamos un rato.

Lo curioso es que María luego me dijo que cuando volvió a Kyoto fue al bosque... e ibamos bien. Quizá si hubiéramos seguido habríamos desvelado el secreto del bambú fosforito.

Nunca se sabrá.

21 marzo 2010

Japon (VIII): Nara

Tras volver del Onsen ya tocaba hacer algo de visitas turísticas típicas. Empezamos por Nara, una ciudad pequeñita conocida por tener el buda más grande del mundo y a los ciervos sueltos por los parques.



El tema de los ciervos es algo espectacular, hubo un momento en que los vi cruzar por un paso de cebra ¡en verde! Es decir, que se esperaron junto al resto de la gente a que el semáforo cambiase de color y cruzaron. Podría decirse que los ciervos de Nara saben más de educación vial que muchos españoles. Además, se dejaban acariciar sin problemas.



De ahí fuimos al templo Todaiji, que como he dicho tiene dentro el buda más grande del mundo, o eso me dijeron. La cuestión es que la estatua era descomunal. Como no, mejor verlo en fotos.




Fijaos en la proporción de edificio con respecto a las personas. Según tengo entendido se trataba también del edificio de madera más grande el mundo. Y si visualizáis su altura desde fuera, mirad lo que tenía dentro.



Proximamente: Kyoto.

21 febrero 2010

Japón (VII): El Japón natural

Todavía en España, hará ya cosa de un año, recuerdo que María me comentó que su profesor de japonés decía que en Japón había una vegetación espectacular, y que era una parte muy poco conocida del país. Efectivamente yo apenas había oído hablar de la naturaleza japonesa (salvo del monte Fuji y los cerezos en flor, claro), pero se me abrió de pronto cierta necesidad de conocer esa naturaleza (las búsquedas de google saben a poco) y se lo dije a María, sólo había dos cosas que quería hacer fijo en Japón, ver su naturaleza e ir a Kyoto y Nara. Sobre el resto prefería disfrutar sobre lo que tuviese que enseñarme.

Lo primero pude cumplirlo el día 3 de enero. Tras haber pasado el resfriado (dando los último coletazos) y haber vivido la celebración del nuevo año en forma de feria teníamos planeado ir con Lawrence a un onsen, esto es, un balneario natural. Lawrence se dedica entre otras cosas a organizar viajes de este tipo y por supuesto a nosotros nos lo ofreció enseguida y aceptamos encantados. Fueron casi 6 horas en coche (nos desviamos un poco) hasta que llegamos por la noche y dormimos en un hotel del pueblo antes de despertarnos pronto para ir al lugar.

Nevaba. Hacía mucho frío. Era perfecto.





Al parecer la mayoría de los onsen son de pago, pero este era completamente gratuito, ya que suponía un reclamo turístico que reportaba beneficios al pueblo de manera indirecta. Y bien que lo aprovechamos. Además, era completamente natural, al lado del río.



Había tres "piscinas" distintas. En la de la izquierda y más grande el agua estaba templada, en la que está detrás de la caseta estaba caliente y la que yo tapo MUY caliente. Había que meterse completamente desnudo, claro, usar bañador esta prohibido o al menos muy muy mal visto. En el caso de las mujeres se permitía llevar una especie de pareo, una buena idea sin duda ya que los hombres japoneses están muy salidos, de hecho se asomaron unos cuantos a "cotillear" mientras estuvimos. De todas maneras la incomodidad de ésto versa mucho en como te lo tomes, personalmente me importaba un pimiento, así que lo único duro era trasladarse desde los vestuarios a la "bañera" en pelota picada (y luego ir de una a otra). Además, no podías correr ya que las piedras estaban mojadas y la hostia podía ser histórica.

Eso sí, una vez dentro, ¡qué paz! Estar metido en agua caliente mientras te caen copos de nieve en la cara es una sensación difícil de describir. Además rodeados de dos imponentes montañas. Impresionante.



Estuvimos unas 3 horas alternando temperaturas, incluso en su momento Lawrence y yo nos metimos en el río (que estaba al lado) justo después de salir del agua hirviendo. María todavía ser ríe de mi afeminamiento momentáneo al entrar.

Mientras tanto comíamos y bebíamos en el agua. Hubo un momento incómodo en que un viejo nos llamó la atención y nos dijo que no podíamos comer ahí. Aunque María y yo paramos, Lawrence no hizo ni caso. Luego nos explicó que no era la primera vez que le pasaba y que era algo que sólo le decían a los extranjeros, ya que entre japoneses nunca se llamaban la atención, y que de hecho, lo hacían porque les encanta hablar en inglés y sentirse cultos. No sé cuanto de verdad habrá en esto, pero sí es cierto que no fuimos los únicos que comimos y bebimos. Y por supuesto lo hacíamos con cierta limpieza.

Al salir del onsen Lawrence nos llevó a unas cascadas y así saciar mis ganas de ver arbolitos y agua. Efectivamente, Japón es precioso.





Y al final del camino, antes de llegar a la cascada, nos encontramos con que habíamos llegado justo a la hora de comer de los monos. Por lo que nos encontramos rodeados por unos 35 monos, que no tenían mucho reparo en acercarse. Incluso hubo uno que nos utilizaba como escudo protector mientras se peleaba con otro (se escondía detrás de nosotros). Acojonaba.





Al final acabamos viendo la cascada desde arriba. Para ello tuvimos que transitar las carreteras de montaña de Japón, que son RIDÍCULAMENTE PEQUEÑAS. Sólo cabía un coche y de los japoneses (un mercedes se saldría por el lado). ¿Qué pasa cuando dos coches se cruzan? Os preguntaréis, como lo hice yo. Pues simplemente uno de ellos retrocede hasta que encuentra un punto donde quepan dos coches (había varios repartidos cada cierto tiempo). En cuanto a economizar espacio nadie les gana.

Éste fue tal vez el día que más disfruté de todos los que pasé en Japón, y sin duda uno que nunca podré olvidar.

Espero acabar el resto de la historia japonesa esta semana. Por cierto, si alguien quiere más fotos o videos, que me lo haga saber.

10 febrero 2010

Japón (VI): Konnichiwa 2010

Los exámenes me tienen asfixiado así que me está costando actualizar esto. Hoy va una con fotos.

En Japón la navidad es parcialmente distinta a España. Las calles no se llenan de luces ridículas con campanas y derivados, y sobre todo no se celebra el fin de año de la misma manera. Yo quería celebrar el fin de año a la española, tomándome unas uvas y empezando el año atragantado, como dios manda.

Con los últimos retazos del resfriado el día 31 nos fuimos a Osaka, quedamos con una amiga de Maria y probé el okonomiyaki (ya hablaré de la comida, que merece capitulo aparte). María aprovechó para enseñarme un poco su Osaka, los lugares por los que suele pasar, donde suele quedar, la macrotienda de Don Quijote (una cadena de supermercados que tienen de todo, y sí, se llaman así), el chino que corre (bautizado por mi, foto abajo), y Dotombori en general. Osaka es una ciudad agradable a pesar del frío. Si bien resulta agobiante en determinados momentos (mucho japonés en Japón) en general es fácil y agradable perderse en sus calles. En uno de estos paseos aleatorios descubrimos un pequeño callejón oscuro estrechísimo en el cual había multitud de restaurantes. Teníamos la sensación de haber retrocedido unos siglos.




Con el despiste nos dieron las 12 (casi literalmente) y nos encontramos sin uvas y cogiendo el último tren de vuelta a Habikino. En el camino entre la estación de trenes y la casa paramos por con Conbi-ní (explicación abajo del todo) y nos compramos dos trozos de tarta para al menos empezar el año con algún tipo de distinción. Llegamos a casa a las 12 menos 5. Encendemos la tele y hay una japonesa cantando con un larguísimo vestido blanco. A falta de 30 segundos para el año nuevo se enciende un reloj de cuenta atrás en la parte inferior de la pantalla, pero la japonesa, ella, sigue cantando. La cuenta atrás llega a su final y la cantante extiende su vestido (que tiene unas mangas que llegan hasta el suelo) y al llegar a cero proyectan sobre el vestido "Feliz 2010" (en japonés, claro). Bonita manera de empezar el año. Aunque uno echa de menos a Ramón García y su cara de vampiro, o en su defecto Las noticias del guiñol.

Feliz 2010. El año comienza, en Japón. Sin uvas. Con tarta. Estamos juntos. Es un buen comienzo de año.

El día 1 la gripe vuelve da sus últimos bandazos y decidimos quedarnos en casa.

Pero tanto yo como María queremos vivir el año nuevo en Japón como japoneses. Así que el día 2 nos acercamos a un templo en las afueras de Osaka. Los japoneses para el año nuevo se acercan todos al templo. Es su manera de celebrarlo. Al llegar allí el templo está absolutamente abarrotado. Entramos y cruzamos un puente.



En el templo, hay de todo. De todas las edades y estilos. Hay algunas personas con su kimono como por ejemplo esta niña monísima.


¿No es para comérsela?

Un poco más adelante, en uno de los edificios del templo hay una especie de redes en las cuales tiran monedas y rezan.



Finalmente, hay una especie de palets con cuerdas colgadas a las cuales hay atados miles de papelitos. Los vendían en el templo. En ellos cada uno escribía sus deseos para año nuevo, los doblaba y ataba a la cuerda, para que así se cumplan.


En el resto del templo (los templos en japón más que un edificio son un espacio) hay una especie de feria. Hay puestos de comida, de juegos, de peluches. De todo. Por supuesto, había un kebab. Japón no se libra de los kebab. La prueba:


Desde luego ellos no empiezan el año con intoxicaciones etílicas. Lo empiezan yéndose de feria. Envidia deberíamos tenerles.

Como las imágenes a veces no pueden decir todo, intenté grabar un video para que se viese como suena Japón. El resultado no es el mejor del mundo, pero aquí está:


Edición numero uno: Edito porque mi madre hábilmente me ha recordado que no expliqué las cosas que prometí explicar. Aquí van.

El chino que corre. En realidad yo sólo aporté una variante de El tio que corre, que es como le llaman los españoles allí. Es el mayor símbolo de Osaka (menuda mierda, pensaréis, pues vale, pero es un símbolo, y oye, bastantes cosas bonitas tiene la ciudad). La historia de porqué es tan importante no me la sé, la verdad.

Combi-ni. Esto me pareció fascinante, son un tipo de supermercados que estan abiertos las 24 horas del día los 365 días del año. No cierran jamás de los jamases y hay unos muchísimos, de muchos tipos. Curiosamente, uno de los empleados del Lawson (uno de los Combi-ní) en el que compramos a fin de año me recordaba muchíiiiisimo al empleado de la frutería de Ámelie, por su forma de tratar los productos y dártelos. Una cosa curiosa que te encuentras en la otra parte del mundo. El pobre hombre se pasaba allí media vida.

21 enero 2010

Japon (V): Primeros pasos

Lo primero, antes de que se me olvide y me enrede con cualquier otra tontería: reiterar que en Japón hace mucho frío en invierno, mucho, en serio. No era un frío de temperaturas bajas. Simplemente se te metía dentro, frío húmedo que dicen. No sé en definitiva que coño era, pero yo tenía una pinta tal que así:





Además, cuatro camisetas, la sudadera, tres pares de calcetines, leggins debajo de los pantalones y por supuesto guantes.

Por la calle sin embargo, podías ver fácilmente a japonesas con minifalta ¡SIN MEDIAS! y lo que es peor ¡con unos zapatitos ¡SIN CALCETINES!! ¿Qué clase de raza sobrehumana vive en este país? Según me contó María además es frecuente ver a japonesas ir con la bici por la calle con tacones, falda (que mira que tiene que ser incómodo) y sujetando un paragüas. Y sin problemas oye. Por desgracia no pude presenciar semejante espectáculo natural. Dignas de estudios, las japonesas, ya hablaré de ellas más adelante.

De Japón me sorprendieron varias cosas al llegar. Lo primero, lo dije, conducen por la izquierda (y los micromachines en los que se hacen como que conducen). Luego, las bicis, por todos lados, muy respetadas. Pero quizá lo que más me sorprendió fue la oscuridad.

Estamos acostumbrados a ver imágenes de Japón de este estilo:


Todo lleno de tiendas y luces por todos lados. Pues bien, esto es así sólo en las calles más céntricas. El resto realmente son bastante oscuras, las farolas no abundan mucho y si están iluminan poquito. Quizá es cosa de vivir en las afueras, pero mi sensación fue que había muy poca contaminación lumínica (y si ya comparamos con las navidades aquí con todas las calles llenas de las luces inútiles ni te cuento).

El transporte tiene unos precios criminales. Criminales, en serio. Una simple parada de metro costaba 200 yenes (euro y medio) y en general, ida y vuelta desde Habikino al centro de Osaka nos costaba a María y a mí unos 8 euros a cada uno. No existe ningún tipo de bono de transporte para los que viven allí ni tampoco para los que vienen (aunque curiosamente sí existe un bono para turistas con validez para 15 días pero con el cual sólo puedes coger unos determinados trenes (hay varias compañías)).

Eso sí, en los vagones de metro y de tren tenían calefacción debajo de las sillas (sillas acolchadas y todo). Menuda gozada.

Y última cosa reseñable de que me impactó de los primeros días. En Japón NO HAY PAPELERAS. Nada, ni una. No busques, no vas a encontrar. Bueno, si buscas mucho y caminas igual encuentras una cada kilómetro. Curiosamente está todo limpísimo. No te vas a encontrar ni una mísera colilla en el suelo. No estaría mal aprender de ellos un poco (y que ellos empezasen a familiarizarse con el concepto de papelera, claro).

Pero quizá lo más sorprendente al llegar a Japón es que no era tan distinto de España.

17 enero 2010

Japon (IV): Adaptation

Como ya dije, el viaje hasta Osaka fue agotador. Salí de España el día 23 y llegué a Japón el día 25, con el agravante de que llegué allí a las 9:30 hora local. Es decir, con todo el día por delante antes de ir a dormir. No me preocupaba, a un hombre vigoroso e indestructible como yo el jet lag le debe dar igual.

Junto a María, en el aeropuerto me esperaba también Lawrence, que había venido con el coche para ir directamente a su casa. Aquí empiezan la sorpresas. ¡En Japón se conduce por la izquierda! y sobre todo ¿ésto es un coche?

Como respuesta a lo segundo luego descubrí que en Japón les gusta hacer los coches a escala. Sirva esta foto como ejemplo.




Y aunque de vez en cuando se ve algún BMW o Audi, lo cierto es que casi todos los coches son así, pequeños, muy pequeños. Esto ya me parece representativo sobre Japón y su cultura. Lo práctico es lo primero, el alarde no tiene sentido si no es una incomodidad en otros aspecto. En este sentido, opuesto a Estados Unidos, donde el coche típico es algo así. En Europa parece que nos gusta un punto medio.

Llegamos a la casa (yo alucino, of course) y enseguida Lawrence nos insta a coger las bicis que nos va a enseñar los alrededores para que sepamos valernos por nosotros mismos. El hombre tiene 7 u 8 bicis preparadas para los invitados. Esta fue una de las cosas que más me gustó de Japón. Este año me he comprado una bici y la utilizo todo lo que puedo en Granada. La utilizo aún consciente de que si a un policía se le cruza los cables me puede multar por engancharla a un farola o por ir por la acera. La alternativa es ir por la carretera y jugarme la vida circulando en el caótico tráfico granadino. Allí sin embargo se veían bicis por todos lados, usándolas desde los más jóvenes hasta señoras mayores que van a hacer la compra. Según nos contó Lawrence, por otra parte, el uso de la bicicleta está completamente regulado y los ciclistas están absolutamente respetados por los conductores. Ni que decir tiene que casi nunca era necesario poner ningún tipo de candado. Allí no te roba nadie.

Cogimos la bici y tras 30 horas de viaje no hay nada mejor que recorrerte unos kilometros en bici. Estoy hecho un toro, no preocupa. Lawrence nos enseña el supermercado, el videoclub, el FamilyMart (ya hablaré de esto) y la estación de trenes. Yo voy flipando por el camino con las casa (ya puse fotos en el anterior post) entre las voces de María y Lawrence: "Taimar, conduce por la izquierda que te atropellan".

Otro de los sitios a los que nos lleva es a un cadena de comida (como Burger King pero sano... en Japón hay muchísimas cadenas de comida "rápida"). Allí hay sopa de miso, diversas piezas de pescado, algo de carne, sopa de fideos y por supuesto arroz. Es como un buffet, te sirves lo que quieres y pagas al final.


Esta foto es de la segunda vez que fuimos en la cual creí que un el huevo que había cogido era un huevo duro, lo apreté para abrirlo, exploto y me llené de yema el pelo. Lo mejor es que tuve un trozo de pelo brillante como su hubiera usado un champú especial durante dos días. Ya sabéis, lavaros el pelo con huevos.

No fui capaz de acabarme la comida, pero no hay problema, en el restaurante tiene preparados tuppers de plástico para que te lleves la comida (y te dan palillos, claro). Característica muy importante de Japón, está todo pensado y preparado para darte todas las facilidades. Nos llevamos la comida y vuelta para casa. Y yo, vigoroso y como nuevo, por supuesto.

María empieza a toser cada vez con más insistencia. Antes de la noche ya está en la cama con un poco de fiebre.

Al día siguiente despertamos los dos con un gripazo impresionante. Y yo, además, dolorido por todos sitios y con un agotamiento fuera de lo normal.

Jet Lag, we meet at last.

No os fiéis, cuando hagáis viajes largos nunca hay que olvidar que el Jet lag estará ahí, expectante, para atacar en tu mayor momento de debilidad.

Y con gripe, metidos en cama con fiebre pasaron la práctica totalidad de los primeros cinco días en japón. Eso sí, la habitación muy bonita. Pero es de recibo decir que en Japón las casa son de papel, LITERALMENTE. Las ventanas que tenían que evitar que el frío polar entrase estaban hechas de papel. Y las paredes... del grosor de una puerta de armario. María y yo dormíamos con dos edredones gordos, dos finos, dos mantas y dos fundas. Por las mañanas nos despertábamos con cierta sensación de aplastamiento. Eso sí, nada de frío.

14 enero 2010

Japon (III): El camino a casa

Una pequeña actualización (de estas puede que haya unas cuantas) que mañana tengo un examen estupendoymaravillosoqueestoydeseandohacer.

La casa de Lawrence estaba en Habikino, que está a las afueras de Osaka, algo así como Maracena para Granada o Leganés para Madrid. Para ir al meollo de todo por tanto estábamos obligados a ir en tren (una pasta, por cierto, ya hablaré de eso) hasta el centro.

Lawrence nos dijo que la estación de tren estaba al lado de su casa, cosa cierta si eres muy permisivo en tu concepción de cercanía (algo no muy común en alguien de pueblo como yo que en 5 minutos se pone en cualquier sitio). El camino hasta allí tardábamos unos 15-20 minutos en recorrerlo andando a paso ligero, y la verdad, muchas veces se hacía eterno al volver por la noche después de haber dado vueltas todo el día.

Por el camino, casas con cierto estilo tradicional muy gustoso, con unos jardines preciosos con árboles y todo. Incluso a veces cruzábamos al lado de huertos de arroz. Era sin duda curioso encontrarse en ese ambiente casi rural estando a media hora en tren de la vorágine de la gran ciudad.

Algunas fotos del camino:












Y de regalo algunas del jardín de la casa donde vivíamos.



13 enero 2010

Japon (II): El alojamiento

En Japón el alojamiento no es barato. Tampoco especialmente caro, todo sea dicho, pero no está tirado de precio. Dado que mi viaje era de bajo (bajísimo) presupuesto lo que permitió que fuese al país del sol naciente fue que Lawrence nos acogiese en su casa.

Lawrence es un americano que lleva 18 años viviendo en Japón. Fue allí de visita festiva con un amigo, le gustó y se quedó. Evidentemente no tenía ni pajolera idea de japonés ni tenía donde quedarse ni nada. Según nos contó sobrevivió muchos meses a base de encontrar gente que le dejaba quedarse a dormir en su casa. Durante los primeros años buscaba cualquier trabajo que se le ofreciese arreglando o limpiando cualquier cosa.

De toda la hospitalidad y ayuda que recibió guarda un recuerdo tan grato que ahora se decidió a ofrecer su casa a gente que lo necesitase. A María y a mi nos dejó quedarnos dos semanas en su casa de invitados. Y gracias a él yo pude ir a Japón, por lo que las palabras de agradecimiento siempre se quedarán cortas para algo así, pero lo cierto es que ojalá el mundo funcionase un poco más de esta manera.

La casa era impresionante. Aquí hay una galería de fotos del interior y otra de fotos del exterior. Por supuesto nosotros nos quedamos, como ya he dicho, en la casa de invitados, que se puede ver en las fotos. Más pequeñita pero teníamos nuestra habitación propia e incluso cocina, eso sí, para ir al baño teníamos que ir a la casa grande.

Tanto Lawrence como Tomoko (su mujer) nos ofrecieron en todo momento la completa disposición de su casa, su ayuda, su atención. Todo. En serio, falta gente así. Espero que algún día vengan a España y pueda devolverles el favor.

Sus vidas la verdad difícilmente podrían ser más interesantes. Tomoko, al igual que Lawrence vivió su juventud fuera de su país. Creo recordar que estuvo en varios sitios pero donde más duro y donde nació a su hija Amarai fue en Ibiza, donde vivía la vida hippie junto a su novio, un español. Una vez nació su hija cambió todo y se vio obligada a dejar al vago de su novio y volver a Japón. Allí conoció a Lawrence aunque nunca supe cómo.

Lawrence por su parte antes de ir a Japón estuvo en Alemania viviendo varios años, también en Francia, y parece que también en el 50% de Estados Unidos.

Gente de mundo. Y yo, muerto de envidia.

11 enero 2010

Japón (I): El viaje de ida

Me levanté a una hora razonable (las 12 o así), acabé de preparar las cosas, comí pronto (para tener el estómago despejado), me preparé unos sandwichs, me despedí de Adri y nada, salí de casa. Me esperaban mas de 30 horas de viaje ante de llegar a Osaka. Una paliza, pero con ganas.

Es importante mencionar que antes de salir llevaba una semana (o así) preocupado, porque soy un desastre, todo el que me conoce lo sabe, se me olvidan cosas constantemente y desde luego soy la persona menos indicada para darle responsabilidad en nada. Un viaje tan largo, con transbordo, a otro continente, completamente solo... me daba miedo de lo que podría ser capaz. No me doy seguridad en estas situaciones. Vamos, que estaba acojonado. Lo preparé todo concienzudamente, y al salir, no se me olvidó nada. Salí con mucho tiempo, que no hubiera ninguna posibilidad de cagarla.

Directo desde casa a coger el autobús. La primera opcion era coger el 10 e ir directo para la estación pero Adri (con razón) me sugirió que no era buena opción, que el 10 pasa poco con el camino de ronda cortado. Descartada, no vaya a ser que se retrase más de media hora y toda la ventaja no sirva de nada. La segunda opción es coger el 4 y luego en la Caleta coger el 3. Opción perfecta, son los dos autobuses que más pasan de Granada (junto con el 33).

A partir de aquí empieza una sucesión de calamidades interesantes. En la parada del 4 los monitores dicen que le queda más de 15 minutos. Mierda, si tarda, por ejemplo, 20 minutos, estoy jodido porque a poco que tarde el 3 más de la cuenta ya voy apurado. Pues ale, a tomar por culo, a cargar con la maleta y la mochila hasta la parada del 3, no es tanto, es asumible. Una vez llegado a la parada del 3, sorpresa, a este le quedan más de 15 minutos para llegar. ¡Pero qué cojones pasa aquí! Normalmente el 4 y el 3 pasan en intervalos de 10 minutos como mucho. Pues nada, si esperase y el 3 tardase, por ejemplo, 20 minutos, podría llegar a tiempo, pero ajustadísimo, y como haya tráfico la hemos liado. Nada, descartado. Me resigno y a caminar hasta la estación (y encima habiendo dado un rodeo). Empieza a llover, tocate los cojones. Como soy un muchacho previsor, hago todo el camino siguiendo la ruta del 3, por la acera en la que debería pasar por si le diera por pasar y me ahorrase caminata. Claro está que hay una distancia entre paradas. Cuando estaba a medio camino entre dos veo que se acerca un 3 (¿ya? ¿no le quedaban 20 minutos?) y yo estoy a esa distancia justa de la parada en la cual no te da tiempo a llegar pero si lo justo para quedarte con la miel en los labios. Maldigo mi suerte y una vez en la parada me planteo esperar el otro 3 o incluso el 33, que ya estaba en esta ruta. No me convence la opción, 3 acababa de pasar y dejarlo todo en manos de 33 no me gustaba. Sigo caminando. Me adelanta un 33. Cagüenlaostiaputa. Resignado cruzo la acera para dirigirme mejor a la estación, los dos autobuses que me valían acaban de pasar, ya no me queda más que seguir caminando. Pasa un 3 dos minutos después. MuerteatodoslosputosconductoresdeautobusesdeGranada. Pocos minutos después pasa otro 33. Ya me da igual, estoy inmunizado.

Llego a tiempo, claro (para algo había salido tan pronto) pero empapado y cansado, mal comienzo de cara a lo que me espera.

Entro en el autobús y suena la radio. Suenan las noticias, han cancelado todos los vuelos de una compañía aérea. No dicen cual (luego sabría que era Air Comet o algo asi). ¿Pero esto que es? ¿Está todo el mundo entero en mi contra? ¿No voy a poder tener un viaje tranquilo? Bueno, venga, espero que me pongan una peli decente en el bus y a tomar por culo la radio. Desde luego los eventos no me dan seguridad.

Pues resulta que el bus tiene más años que el sol y no hay modo de conectar los auriculares... suputamadre. A escuchar la peli por los altavoces del bus y encima la ponen en calidad TS-Screener descargada de la mula. Que le den.

Finalmente en Madrid, metro al aeropuerto. Resulta que Jose al final no se va a poder quedar conmigo toda la noche así que me toca pasar la noche en el aeropuerto solo. Putamierdaostia. De todas maneras es agradable verlo un buen rato. Me sube el ánimo.

En barajas me encuentro un cuadro digno de ver. Gente durmiendo en todos los sitios y en todas las posiciones imaginables. Digno de hacer un reportaje fotográfico, el cual al final no me atreví a hacer. Tras 6 horas de espera en el aeropuerto embarco en el avión. De momento he llegado al segundo checkpoint. Una vez en Paris no me cuesta encontrar la puerta de enlace para mi siguiente vuelo, me quedan 4 horas de espera. Intento dormir, pero por los altavoces empiezan a llamar insistentemente a alguien para que recoja su maleta, algo que no me traía muy buenos recuerdos. Encima tienen cerrada una zona y hay varios militares por ahí desperdigados. Chungo. Una hora después se oye una explosión. Algunos creen saber lo que es (no alcanzo a oírlo) y no le dan importancia. Prefiero no dársela yo tampoco.

Me meto en el avión sin problemas. Checkpoint 3 y ya sólo me queda llegar a Japón. Un poco más de 10 horas de viaje. Paciencia. En el avión tengo una pantallita para mí sólo y una biblioteca con pelis, series y demás. El viaje se hace más agradable gracias a eso. Y no es tan largo, la verdad. Aún así llego agotado.

Una vez en Japón sigo a la multitud hasta que me encuentro con un japo que me pide que le entregue un cuestionario que nos habían dado en el avión, lo hago y me dice que si no relleno el campo "lugar de estancia" no me dejan pasar. Al fin algo de normalidad, ya sabía yo que en algo tenía que cagarla, no no tengo ni idea de cual es la dirección en la que me voy a quedar. Intento llamar a María repetidamente. No me deja por alguna razón. Me desespero. A la única japonesa que parece hablar inglés no se le entiende bien y yo estoy en mitad de un sitio lleno de dibujos en los carteles sin enterarme de nada.

Finalmente, tras tres cuartos de hora consigo contactar con María que me manda la dirección por sms. Consigo salir. En la salida me espera María.

Respiro.