Aloha, ma chére.
Seguro que aún estás sorprendida por ver una carta mía en tu buzón, no me extraña, yo mismo estoy sorprendido de estar escribiéndola. Eso sí, espero que no te sorprenda ver una carta en tu buzón, sería una señal magnífica. Ya nadie escribe cartas, sólo Telefónica y el Círculo de lectores. Los buzones sólo nos traen malas noticias o información que no nos interesa, tal vez los grandes empresarios sean los últimos románticos que quedan, pero está claro que no es romanticismo el que queremos.
Tal vez sea por eso por lo que te escribo esto, para que en tu buzón haya de pronto algo más que una factura o publicidad (aunque deseo fervientemente que no sea así). Ayer estuve leyendo viejas cartas, TODAS las viejas cartas que tenía guardadas todas juntitas y llenas de polvo, y lo cierto es que no pude contener la emoción. Entre ellas había cartas tuyas, la mayoría, siempre te gustaron las cartas. Sin embargo yo no te mandé todas las que hubiera querido, supongo que estaba ocupado con mil historias. Con el tiempo te das cuenta de que las cosas importantes son cosas más sencillas, como una carta.
Se me hace raro escribirte así, hace apenas una hora he hablado contigo por teléfono y sé que te va bien, sé lo que pasó con tu padre hace nada y que ya está mejor, y ya te he podido decir lo mucho que me alegra. También te he oído reír, siempre te has reído con mis chistes, nunca lo he entendido pero siempre me ha encantado.
Igualmente sé que sabes como me va a mí, mantenemos el contacto, como los buenos amigos. Así que supongo que la cuestión es si esta carta es necesaria, para qué sirve o si tiene sentido. La verdad es que para mí lo tiene, y es que se ha perdido la buena costumbre de mandar cartas (y tú lo sabes bien, siempre mandando cartas y recibiendo nada como respuesta), pero no cartas para confirmar si se está bien o para contar los últimos avances de una vida, para eso están los móviles, siempre es mejor oírse y conversar; o los e-mails, tan cómodos y directos. Las cartas han perdido su valor comunicativo, yo creo que su valor es otro, es un valor pasional y posesivo, un valor mágico. En una carta puedes ver la letra de quien te la escribe, puedes ver como empieza con mucha energía, haciendo una caligrafía perfecta, y luego va acelerándose, entendiéndose todo un poco peor, y te sonríes. A veces hay dibujitos en los laterales, o varios colores, o frases y el papel es un cuadro de palabras y otras veces todo está alineado y con la misma cadencia, perfecto y cuidado. Y a veces hasta hay manchas de las lágrimas que se derramaron al escribir, y trozos de texto con la letra menos intensa, porque el bolígrafo se quedaba sin tinta.
Cuando recibes una carta recibes además un trozo de la otra persona, y puedes palpar el mismo papel que ésta ha palpado y a veces hasta hay restos de su olor, y guardas el sobre en un cajón (secreto) donde guardas todos los tesoros y relees todo a veces, y dejas que te invada la melancolía, y ríes con las cosas que te contaban y recuerdas, y también te emocionas. Antes, leías sus viejos estados de ánimo y te preguntabas como estaría ahora. Pero esas cosas ya no se cuentan, las cartas son melancolía pura. Son recuerdos, no son actualidad. Al final, las cartas tratan los temas importantes, los que quieres transmitir, aunque sean sencillos y cotidianos, y no se centran en la inmediatez, que siempre es fugaz como la fama de tu estrella (¿te acuerdas?).
Al final lo único que quiero es que tengas en tus manos una carta que puedas guardar y releer de vez en cuando, y reírte de ti misma y de mí y sonreírte, y añorar con nostalgia el pasado, pero siempre mirando al futuro pero sin dejar de mirar a los lados para buscar buenos atajos (como aquella noche que nos perdimos por ese camino buscando un atajo para llegar antes que los demás y así prepararles un buen susto, al final los asustados fuimos nosotros y ellos los que nos encontraron. Coger atajos es arriesgado).
La vida nos sonríe y siempre lo hará (aunque en momentos puntuales tenga la cara agria), recuérdalo siempre, cuando leas esto y añores tiempos que se creen mejores. La gente como tú está condenada a ser feliz. No te resistas.
Mañana te llamo, claro que cuando recibas esto, ya lo habré hecho.
Muchísimos besos.
PD: Sigo escuchando el disco de Pink Floyd que me aconsejaste, me encanta, si te portas bien, la próxima vez que nos veamos te canto alguna de las canciones
7 comentarios:
Brutal. Me gustao mucho tio, hacia tiempo que no pasaba por aki (con el por saco q te di para que actualizases) y se me ha renovao el buen sabor de boca que siempre dejas.
Luego mas despacio digerire ese alarde frikie de la musica experimental y me hare con lo de la buena vida, pa llorar un rato.
En fin tio, q me alegro de leerte. A ver si hablamos pronto, un abrazo
ah, q el ede antes era yo, Poti
Es un placer volver a verte por aquí, y encima recibir tu aprobación y halagos. Como habrás comprobado, hay muchas actualizaciones desde el verano.
¿Sabes una cosa? Creo que eres de las pocas personas (casi la única) que conozco en persona que les gusta La buena vida, eso te situa en un lugar privilegiado :P
A ver si nos vemos pronto, Bolche.
¡Arriba los Gominolos!
Las cartas desgraciadamente perdieron su tiempo, la vida, hoy por hoy va demasiado deprisa para las cartas, algunos/as incluso las envian hechas a ordenador... no me jodas xD... excelente texto.
Las cartas son algo magico. Cuando te pones a escribir, y sabes que días después alguien abrirá el sobre, y leera tus palabras mientras toca el mismo papel que tu manchastes con tus versos.
Yo aun sigo escribiendo cartas, aunque como dices tu texto, nadie responda en mi búzon. Es algo magico saber que alguien te lea, aunque sean dos segundos.
Sigue llenado tu rincón.
PD:juro solemnemente que ayer noche vistié este mismo rincón, y puse comentario...pero ahora ha desaparecido tal comentario..uuh!!
Por carta quedábamos en mi época.¿Y el día que te enviaba su foto?. ¿Y el miedo a que no fuese suya?. ¿Y los nervios de la cita a ciegas en una ciudad a cientos de kilómetros de tu casa?. Tiempos aquellos. Y qué romanticismo sexual y todo. Te juro que las cartas eran el messenger de hoy y no el email al que llaman correo.
Recibir una carta es una de las 25 condiciones que siempre le he puesto a internet para saber cuando alguien estará por mí. Ya ves, y sólo son cartas. Pero tienen una función. Hoy más que nunca: quien las envía lo hace por tí, porque la recibas, por la alegría que sabe te va a dar, por la ilusión de imaginarte sentado encima de la cama leyendo, oliendo, es... ¡genial!
Para mí, las cartas son pequeños tesoros de papel que esconden en su interior todo un “doble-mundo”.
Una carta puede ser un recopilatorio de momentos vividos y compartidos con esa persona a la que va dirigida, al escribirla revives esas historias, esos momentos y sentimientos, pero a su vez, la persona que recibe la carta, no sólo lee tus sentimientos, y esas historias que narran el cómo tu has vivido aquello, sino que, paralelamente, en ella florecen, a su vez, todos los sentimientos vividos en primera persona y su propia lectura sobre esa anécdota. La carta es el lazo de unión de dos mundos paralelos que a su vez se entremezclan con sus historias compartidas.
La carta es el medio de transporte hacia viajes melancólicos, a veces adopta forma de máquina para viajar al pasado y te hace navegar por esa sección de tu mente encargada de almacenar documentos antiguos, otras, se convierte en una máquina que te lleva a ese futuro imaginado en tu cabeza donde todo es perfecto y tu capacidad de imaginación te hace verlo con una dosis de realidad extrema.
Para mi, la carta es el objeto mágico perfecto, ni el pañuelo rojo que saca el mago de su bolsillo, ni el conejo que sale de su chistera, sí, quizá estos dos tienen más glamour al aparecer en escena, pero si te fijas, todo queda ahí, en ese momento de gloria. La carta en cambio, sabe pasar desapercibida, sabe esperar su momento con paciencia, pues está segura de sí misma, y su manera de actuar es siempre la misma:
La carta aguanta con paciencia bien doblada, a veces durante varios días, y siempre hasta el último segundo, que espera con la máxima tensión, hay cartas más capacitadas y con más seguridad en sí mismas, que incluso llegado este momento juegan a que no quieren despegarse y se hacen de rogar porque saben que siempre van a ser las vencedoras y que el lector nunca se cansará hasta no haber conseguido abrirlas. A veces, cuando esto pasa, si afinas bien el oído, puedes escuchar su risita. Pero tranquilo, no son malas, su travesura es inocente y siempre dejarán que llegue ese momento en el que sus cuatro esquinas se despeguen y de su interior explote todo un mundo de recuerdos y experiencias vividas.
Aún así, creo que las cartas tienen un pequeño fallo, deberían llevar consigo un segundo papel, que sea un tanto más absorbente que el que transporta la tinta y que esté completamente capacitado para almacenar los restos de la emoción provocada tras su lectura, este segundo deberá tirarse a la basura tras la lectura de la misma, pues sería un caos si se mezclase su contenido con la tinta de la otra hoja… Uff, no quiero ni imaginarlo.
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